miércoles, 17 de junio de 2009

Marrakech (Marruecos)





















Un torrente de sensaciones
El chico con la bandeja en la mano intentaba cruzar la estrecha calle sorteando el tráfico de carros arrastrados por burros, motos que se hacían escuchar a su paso y numerosas personas que caminaban hacia los dos sentidos de la calle. Cuando llegó a la mesa en la que estábamos sentados, nos dimos cuenta de que traía el té que habíamos pedido. No nos dejó indiferente el olor a menta que desprendía la tetera. Hasta el edificio de enfrente había tenido que ir a buscarlo, y es que, en el pequeño local en el que acabábamos de comer, no había apenas espacio para poderlo preparar. Es en zonas de la medina como esa, poco transitada por turistas, donde late el pulso de la ciudad.
Marrakech es sinónimo de bullicio, caos y suciedad. Pero también de hospitalidad, alegría y generosidad. En esta ciudad el turista encontrará un lujoso exotismo con tintes afrancesados y el viajero, una clara muestra de lo que significa la supervivencia del día a día, encarnada en las profundas miradas que se cruzará a su paso, los rostros curtidos abrasados por el sol y la desesperación de un espíritu comerciante tratando de ganar un dirham de más mediante el arte del regateo.
Quienes habitan en una ciudad como esta, lo hacen a un ritmo diferente al que estamos acostumbrados quienes vivimos en cualquier otra ciudad del llamado mundo occidental. Mientras que en Madrid, por ejemplo, las horas del día transcurren a un ritmo frenético, sin que seamos totalmente conscientes de ello, en ciudades como Marrakech, el tiempo se detiene recayendo como una losa sobre las espaldas de sus habitantes. Sin saber muy bien cómo, se las ingenian para evitar que esa losa los sepulte para siempre. Y no lo hacen mal del todo. Que la pobreza esté al acecho en cualquier esquina no es suficiente para detener las ganas que tienen los marrakechís de seguir adelante. Nacer y crecer en esta ciudad, en la cual buscarse la vida desde niño es una obligación, resulta duro e incluso cruel. Sin embargo, en ella se siguen conservando valores que el progreso material nos está haciendo perder: el respeto con el que se trata a quien viene de fuera, la generosidad de ofrecer hasta lo que no se tiene y el sentido que puede llegar a tener una sonrisa.
De nuevo, la humildad nos da otra lección.


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