El jardín del Atlántico
Cuenta la leyenda, que Neptuno la creó con lava y un poquito de sal.
Madeira, discreta y sigilosa, sorprende por ofrecer tanto, en tan poco terreno (58 kilómetros de largo y 23 kilómetros de ancho). Es cuestión de minutos escaparse de una carretera que bordea el mar y cuyos acantilados expulsan el agua de las montañas, a un frondoso y exuberante bosque, o si se prefiere, al interior de la montaña, lugar en el que las nubes quedan al alcance de las manos.
Su clima subtropical nos recuerda, que por ubicación, está más cerca de África (600 km) que de Portugal (1000 Km), país al que pertenece. Sin embargo, conserva un toque de ese sabor que poseen los países Mediterráneos.
El privilegio que supone vivir con la calma que ofrece el arrullo del mar contribuye a que el madeirense sea apacible y tranquilo. El concepto estrés desaparece en el diccionario cotidiano de quienes habitan la isla. La armonía que proporciona vivir rodeado de naturaleza, les hace estar en paz consigo mismo y con los demás. De ahí, su carácter cercano. El clima suave con el que cuenta esta tierra, durante la mayor parte del año, incrementa esa calidez humana que desprende su gente.
Madeira es uno de esos lugares que nos recuerda que todavía existen rincones en el mundo en los que es posible vivir con una buena calidad de vida. Y nos recuerda más, que esa calidad no está directamente relacionada con el lujo, sino que más bien, se aleja en dirección contraria.
Preciosas fotos! Se nota que lo habéis pasado "rebien". Besitos
ResponderEliminarDavid