"Fotografiar es un arte raro, porque no se puede mostrar las cosas abiertamente, sino dando pistas, desvelando solo lo justo, para que la imagen completa esté en la mirada y en la imaginación del espectador". Josef Sudek.
martes, 13 de abril de 2010
Tánger-Assilah (norte de Marruecos)
Tan cerca y tan lejos
Eran las diez de la noche de un día cualquiera. Sentados en dos viejas sillas dentro de una caseta prefabricada esperábamos el autobús de vuelta a Tánger, sin saber con certeza si acabaría por pasar. Fuera caía la noche en Assilah. En los destartalados alrededores de la estación de autobuses de esta pequeña ciudad costera, merodeaban caza turistas de muy dudosa reputación. “De estos no te puedes fiar”, nos decía el encargado de la estación que minutos antes nos había invitado a entrar. Junto a él estaban dos conductores más, que entre bromas, mataban las horas de espera. Entre todos, nos hacíamos compañía.
Momentos como aquel, en el que compartimos risas y charla, nos llevaron a reflexionar sobre la existencia de un nexo de unión más fuerte entre España y los países árabes (en especial Marruecos, por una cuestión puramente histórica) que entre algunos países de Europa. El sentido del humor, el uso de los espacios públicos y hasta los rasgos físicos son claras evidencias de ello. Ni que decir tiene la proximidad geográfica. Entre el norte de Marruecos y el sur de España, y por tanto de Europa, tan solo existe una separación de 14’4 kilómetros de distancia. Sin embrago, la brecha social entre estos dos extremos es abismal. A pesar de que el turismo y los negocios foráneos, sobre todo los españoles, han impuesto en Tánger un aspecto europeo, mediante la construcción de grandes hoteles en primera línea de playa y amplios barrios residenciales en la parte nueva de la ciudad, por las angostas calles de la Kasbah se respira otra realidad muy diferente.
Los monumentales edificios coloniales en decadencia permanente que pueblan su zoco chico nos recuerda el esplendoroso pasado de una ciudad abierta y mestiza como pocas en la historia, tan solo comparable con la Alejandría del período de entre guerras o con la Shanghái anterior a la invasión japonesa. La heterogeneidad de razas, arquitectura, lenguas y religiones representa la única seña de identidad permanente en Tánger. No por casualidad fue propuesta como sede de la ONU al término de la II Guerra Mundial.
En Tánger, como en casi todo el norte de Marruecos, el segundo idioma que más se habla es el español. Los más mayores del lugar, algunos con nostalgia, recuerdan este pasado: “La señora Pepa era como mi segunda madre. Sus hijos y yo nos criamos como hermanos. Antes todo era diferente en esta ciudad”. Un pescador retirado nos contaba sus vivencias de la infancia mientras los tres contemplábamos, sentados en las grandes rocas del puerto, la maravillosa puesta de sol en Assilah. Es costumbre acercarse al mar a contemplar el atardecer en esta ciudad, como quien sale de cañas en cualquier ciudad española después del trabajo al llegar el buen tiempo. Parejas, grupos de amigos, familias, o almas solitarias se dan cita todas las tardes con el objetivo de admirar, casi con veneración, la inmensa belleza del Atlántico.
Lo que leímos sobre esta ciudad mientras preparábamos la escapada al norte de Marruecos, nos fue haciendo una idea de que merecía la pena visitarla. Una vez en Tánger, la conversación con Ali, un entrañable taxista oriundo de Assilah, nos acabó de convencer. No se equivocó al contarnos que es una ciudad tranquila, de clima templado y en la que se come muy bien. Pero al conocerla descubrimos otras cosas que nos sorprendieron gratamente, como por ejemplo, que dentro de sus callejuelas se da rienda suelta a distintas manifestaciones artísticas relacionadas con la música y la pintura; que en su casco antiguo, de elegante y sencilla arquitectura, y cuya semblanza con los pueblos blancos de Andalucía es más que evidente, se cobija el silencio que deja de existir, solo en ciertos momentos, a causa del griterío del patio de algún colegio, o el rumor del mar.
Casi siempre que se nos acercaba una persona para hablar con nosotros en Tánger o Assilah lo hacía con la frase “amigo, no pasa nada”, como si de un saludo nacional se tratara. ¿Yqué ha de pasar? Por supuesto que en ambas ciudades, como en otras muchas del mundo, existen los oportunistas. Ir con precaución, pero sobre todo sin miedo, es la clave para que al pasar por ellas, a parte de nuestras fotos y nuestras vivencias, nos llevernos las de quienes habitan el lugar. Sin duda, más interesantes e inolvidable.
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Bonita crónica. Desde luego, siemrpe sabéis transmitir una visión muy personal y atractiva de los sitios que visitáis.
ResponderEliminarEnhorabuena y muchos besos
jajaja al principio creía que estaba leyendo una novela de Aghata Cristhie. Te ha quedado muy bien. La fotografía es muy buena, pero podiais publicar alguna más de vosotros ¿no?
ResponderEliminarDani.
Chica, que bien escribes, ni que fueras periodista ;)
ResponderEliminarMe encanta la fotografia en blanco y negro, tiene ese "no se que" que vas buscando y algunas fotos a color, tienen una textura brutal, utilizas proceso cruzado?? por ejemplo la foto de los chicos bañandose, o las parras con la casa al fondo, o los hombres sentados a la mesa del bar? Parece mentira, cuando nos conocimos empezabas a interesarte por la foto y mira ahora, si que te ha cundido el curso XD. Mil besos!!
PD:No se si desear que encuentres ese "no se que", igual dejas de buscarlo a traves de la fotografia y eso no se si es bueno...
Las mejores crónicas de viajes son las que inducen al lector a pensar que ha estado allí. Como esta. Y gran foto!
ResponderEliminarVincenzo