viernes, 28 de octubre de 2011

Donde todo permanece y nada queda

“Perdone, ¿cuál es la cola de los extranjeros?”, me limito a preguntar a una de las chicas del personal del aeropuerto, y es que a pesar de que parece que está bien señalizado en los carteles que lo indican, me confunde encontrarme en la misma cola con personas con acento argentino.“Cualquiera", contesta la chica amablemente. “Ya, pero es que estamos todos mezclados, extranjeros y nacionales”, insisto. “Sí, es que os he mezclado yo”. En lo que dura esta conversación, que no sobrepasa el minuto, pierdo de vista a Antonio, un señor de origen portugués que lleva la mayor parte de su vida residiendo en Argentina y que ahora regresa de vacaciones de su pueblo natal en el Algarve, en el que ha estado 3 meses con su familia. Resulta que el que ha sido uno de mis compañeros de viaje durante algo más de 12 horas y con el que he ido hablando sobre la informalidad que caracteriza a su país de acogida, al buscarlo con la mirada lo encuentro en otra cola distinta de la que veníamos. Se ha acoplado a un grupo de discapacitados que no conoce de nada, para poder pasar más rápido la aduana. Bienvenida a Argentina, me digo para mis adentros. Tres años después de mi primer viaje a estas tierras, bastan 5 minutos para darme cuenta de que algunas cosas nunca cambian.
Buenos Aires es Buenos Aires. Única e irrepetible, como cualquier otra ciudad del mundo por otro lado, pero con un componente de amor-odio hacia ella muy marcado en quienes son de allí. Quizá, los foráneos nunca podamos llegar a entender del todo este sentimiento contradictorio de lo que significa pasar de querer permanecer en ella para siempre, a tener la necesidad de escapar para no volverla a ver jamás, en apenas unas décimas de segundo. Y es que, por tópico que suene, esta ciudad tiene alma de tango: melancólica por vocación y por herencia. Pocas ciudades del mundo deben contar con un sentimiento de melancolía tan grande como Buenos Aires. La nostalgia, la tristeza, la frustración, la dramatización, el descontento y el rencor, sentimientos que componen esa melancolía, paradójicamente son positivos en ella debido a que al tratar de vehicularlos, se produce un estallido de creatividad incesante en una ciudad en la que “el rebusque” es un arte.
“Chist, chist. Sí vos, la mina que se va comiendo la manzana con caramelo. Vení acá, que comienza el espectáculo”. La chica al percatarse de que se trata de ella busca la sonrisa cómplice de la amiga con la que pasea entre los puestos de artesanía de Plaza Francia, ante las miradas que la siguen y las risas provocadas por el comentario de la voz y el alma que da vida al títere del teatrillo que se dispone a amenizar a la gorra -a voluntad- a quienes ya se encuentran sentados en el césped para disfrutar de la función, muchos niños entre ellos.
Unos metros más adelante, en otro trozo de césped, también hay sentadas tres niñas a las que su estómago no les permite pensar en reír, sino en comer. El camarero les acaba de servir el sobrante del menú del día del restaurante para el que trabaja, que ellas se afanan en terminar. Hoy han tenido suerte, comen de caliente. Mientras tanto, un señor toma el sol sentado en un banco, que tímidamente despliega los primeros rayos de la primavera y dos chicas se pasan el mate al lado de una banda callejera que toca reggae. Ni cincuenta metros hemos tenido que caminar para encontrar este mosaico de realidades, en el que la cara y la cruz se rozan en un abrir y cerrar de ojos.
“Mi amor, cuando se enferman tus ojos, ¿vas al oftalmólogo o a una joyería?” Inevitablemente la frase, escrita en un mantel de papel sobre el que vamos a comer en un restaurante, nos despierta una sonrisa. La costumbre de lisonjear a las damas constituye en esta ciudad una arraigada práctica desde la época colonial y se extiende hasta los salones de baile de la Revolución de Mayo, una costumbre que no desaparecerá con el tiempo, basta leer los versos de Martín Fierro o a escritores de la talla de Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, en los cuales el piropo siempre estuvo presente en sus obras cumbres, para darse cuenta de ello. El término “mina" con el que se denomina a la mujer, lo comenzarán a utilizar los proxenetas de los arrabales bonaerenses, debido a que para ellos la mujer era precisamente eso: una mina que con su cuerpo les reportaba riqueza.
Y no ya tanto la riqueza, sino una vida digna era lo que buscaban los inmigrantes que llegaron a ese Buenos Aires de la periferia, sobre todo en el período comprendido entre 1857 y 1932. Unos seis millones cuatrocientos mil se calculan en total de origen europeo, especialmente españoles e italianos. Un proceso migratorio que dejó una impronta que aún sigue viva entre los porteños (el argentino de capital) y que se deja ver en sus costumbres más cotidianas, en su idiosincrasia, en la arquitectura de sus edificios y en muchos otros aspectos más, como por ejemplo la gastronomía, el amor por la cultura, el arte y el buen gusto.
El altavoz de la estación de Retiro nos devuelve de la realidad de finales del siglo XIX, a la de principios del XXI al anunciar que el tren a zona norte lleva una hora de retraso. Los rostros de la gente que lo espera, casi ni se inmutan al escuchar la noticia. Son rostros cansados, apagados, con el gesto que delata un largo día, que antes de poner su punto final, encuentran un impedimento más para poder conseguirlo. Están frente a un día más, lleno de actos rutinarios en el que el retraso del tren de vuelta a casa forma parte de esa rutina.
Cuando el tren parta dejará atrás la Villa 31 que se extiende a lo largo de varios metros antes de que el tren abandone Buenos Aires, Capital Federal. No será hasta el día siguiente cuando esos rostros cansados, tomen de nuevo este tren en dirección contraria. Y vuelta a empezar.

4 comentarios:

  1. Tan cierto... felicitaciones chicos.

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  2. Como siempre, con vuestros reportajes nos haceis viajar al alma de los lugares. Os espero algun dia conmigo en cualquier parte de Italia para poder retratar mejor esta sociedad maltratada por los medios gracias a los que la gobiernan.

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  3. Ojo, Diego.....mi otro sobrenombre es "Mina", siempre y unicamente dicho por mi viejo!!!!
    felicitaciones, aunque en muy pocas cosas, no coincidamos!!!!!

    tu tia Mimi

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  4. Abzo Diego! Te felicito por tus líneas.. Para cuando el libro!!!?? Charles Balbi, el hotelero mas codiciado jaja

    PD. Mi mas sentido pésame y contá conmigo en plano futbolístico..son momentos difíciles de sobrellevar.

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