lunes, 7 de julio de 2014

Berlín, Alemania


Muchos mundos en una misma ciudad

Transitar sus calles es como hacerlo por los pasillos de una galería de arte al aire libre. Su historia, llena de matices y períodos pasados y contemporáneos, sigue en pie aunque permanece difuminada por el veloz presente que la hace cambiar a cada milésima de segundo, haciéndote sentir desactualizado todo el tiempo; clásico, aún sin creer serlo. Cualquier hecho parece reinventarse a cada momento de tal forma que te paraliza ante la imposibilidad de cambiar a su ritmo. Por momentos te supera, al tiempo que sientes que es eso lo que te atrae de esta ciudad: el reto al que te somete continuamente y que te sitúa entre los límites del ayer, del hoy y del cómo imaginamos que puede llegar a ser el mañana.
 
En Berlín resulta fácil ser uno más, porque nadie se extraña de que no puedas serlo. No son tus rasgos ni tu color de piel o de pelo lo que te delata, sino el alemán (el idioma, claro).
Alrededor de una cuarta parte de los 3,5 millones de sus habitantes proviene de otro país. Son varias las generaciones de inmigrantes lo que hace posible que esta ciudad sea hoy lo que es. Su pasado y ser capital de un país próspero, lo que lo ha permitido.
Escuelas vacías convertidas en casas okupas para inmigrantes sin papeles; refugiados que comparten techo, vivencias, historias, costumbres y vida con propios berlineses que creyeron que reutilizar y compartir era mejor forma de vida que poseer, desde hace unos años ven peligrar su subsistencia. “Berlín ya no es lo que era”, comentan quienes conocen bien y desde hace años esta ciudad.
Pero es indudable que la creatividad sigue naciendo cada día impulsada por las diferentes culturas que encontraron cobijo en la ciudad y que la hacen crecer a borbotones como la naturaleza, casi selvática, a los márgenes del río Spree que recorre las orillas donde se sitúan sus barrios más interesantes. Maduraron a su amparo a partir de 1989, bajo la invención de nuevas formas de vida con pocas reglas que le dieron distinción, la misma que hoy pone en peligro parte de su supervivencia por la avidez del sistema capitalista que insiste en dejar claro que fue él quien se alzo con el triunfo. El aburguesamiento y lo cool se impone a la no impostura, algo poco valorado por el establishment actual, en Berlín o en cualquier otra parte del mundo, que desprecia la libertad de poder elegir ser una misma.

Sin embargo, y por suerte, Berlín se resiste.



 
 
 
 
Jóvenes acróbatas frente a la puerta de Brandenburgo





Berlín hace unos 25 años. Foto: PAUL LANGROCK
Trabant, el automóvil de bajo coste más popular de la RDA que comenzó a construirse en 1957. Algunos se conservan en perfecto estado y siguen circulando en la actualidad debido a los cuidados extremos de sus propietarios, puesto que para conseguir uno tenías que anotarte a una lista cuya espera rondaba los 10 años o acudir al mercado negro. Actualmente tener uno se considera cool.

 

Desde el año 2000 existe esta caseta de control idéntica a la original del Checkpoint Charlie.
El Checkpoint Charlie se considera el más famoso de los pasos fronterizos del muro de Berlín y fue escenario de varias huidas, algunas, tristemente trágicas. FOTO HISTÓRICA (desconocemos autoría) procedente de una exposición al aire libre cerca del lugar en el que se situaba.
Algunas pinturas de la East Side Gallery, una galería de arte al aire libre que decora los 1.316 metros de lo que quedó en pie del muro de Berlín







Jugando con su hija en un parque público


Amsterdam, Holanda


Taciturna rebeldía convertida en negocio


Un pequeño pueblo pesquero al lado del mar llegó a convertirse en una de las urbes más prósperas de Europa símbolo, aún hoy en el imaginario colectivo, de la tolerancia y la libertad.
La dependencia a España con la colonización de América le abrió nuevas oportunidades como la de convertirse, tras Lisboa, en el puerto más importante del mundo. Se especializó en el comercio de granos y de armamento y fue sede de la reventa de las especias procedentes de la India.

En el siglo XVII, su primer Siglo de Oro, se construyó el Ayuntamiento de la Plaza de Dam y la ciudad se convierte en residencia de intelectuales y artistas como Rembrandt, Spinoza o Descartes que, huyendo de las guerras que asolaban Europa, buscaron refugio, algo que Amsterdam supo ofrecer y aprovechar en pos de la construcción de la capital cultural en la que se convertiría.
Tampoco desaprovechó la llegada de judíos expulsados de España y de otras zonas, y con ellos, su riqueza que convirtieron a Amsterdam en el centro internacional de piedras y metales preciosos.

El transporte de esclavos de África a América, tras la creación en 1664 de la Compañía de las Indias Occidentales, y su banca le proporcionó nueva riqueza que permitió su Segundo Siglo de Oro de la mano de la revolución industrial, que en el siglo XIX propició la transformación de su urbanismo considerablemente: nuevos museos, la Estación Central, el Concertgebouw y la apertura de nuevos canales que hoy recorren más de 100 kilómetros con unos 1.500 puentes que los cruzan.

Durante la Segunda Guerra Mundial, al no poderse mantener “neutral” como sí lo hizo en la Primera, Amsterdam vivirá una de sus páginas más negras debido a la invasión nazi: 100.000 judíos fueron deportados a los campos de exterminio. Una de las víctimas fue la celebre Ana Frank, de la que en la ciudad todavía se conserva la casa -hoy un museo- donde la joven dejó constancia en su diario de las penurias sufridas por la intolerancia nazi.

Pese a ese pasado de explotación e injusticia que hizo posible su presente prosperidad, sería ingrato no reconocerle a Amsterdam ser cuna de la generación que creo la base de la conciencia de la Europa de la posguerra, antes del mayo del 68 en París o el movimiento estudiantil alemán o italiano.

El movimiento Provo (provocador), considerado por muchos sociólogos como el precursor del movimiento juvenil contra toda estructura de poder, se anticipó en denunciar la irracionalidad de la política económica de la Europa central y los peligros que entraña la sociedad del bienestar, sobre todo y especialmente (teniendo en cuenta el contexto de los años 60), para los países en vías de desarrollo.

Los anarquistas provo militaron a favor del ecologismo en Europa, consiguiendo poner el dedo en la llaga contra la irracional destrucción de recursos naturales de nuestro planeta. Una de sus primeras consignas, que ha perdurado a lo largo del tiempo, fue la implantación de la bicicleta como medio de transporte.

La vida del movimiento Provo fue efímera, apenas 3 años, pero abrirá las puertas en Amsterdam a ideologías que concebirán nuevas formas de actuación social, como las aportadas por el movimiento hippie y el Squatters (okupa).

De la Amsterdam que un día fue refugio de hippies poco queda debido a la transformación que está sufriendo la ciudad desde hace décadas hacia un gran centro de negocios cosmopolita. Pese a ello, la cultura del pensamiento libre y la vida colectiva sigue estando presente, y no por los locales en los que te permiten de forma legal consumir ciertas sustancias tóxicas, ni tampoco por permitir la exhibición de mujeres prostituidas (en su gran mayoría extranjeras procedentes de países menos desarrollados) expuestas en escaparates para el consumo del hombre occidental, ya que esto está reservado casi exclusivamente para el reclamo turismo; sino en la conservación de viejas iglesias trasformadas en centros culturales públicos o salas de conciertos, la conciencia política, también en los jóvenes actuales, y en los índices de lectura...




 




En la Amsterdan de hoy no se recibe tan bien a la juventud con ideas revolucionarias como a los jóvenes con capacidad de consumo que puedan vestirse con ropa vintage y comer y beber productos biológicos en establecimientos deliciosamente decorados a orillas de un canal. Muy atractivo a los sentidos, pero poco recomendable, en la mayor parte de los casos, para los bolsillos de quienes quedan fuera del acceso a ese mercado, el mismo que también acapara el arte.

Gran parte de la obra de uno de los pintores holandeses más ilustres vive presa entre las paredes del museo más visitado de la ciudad a 15 euros la entrada, pese a nacer con la intención de ser libre. Una paradoja, como la vida del propio Van Gogh comparada con su creación: de personalidad abrupta, inestable, delirante... frente a la madurez rupturista, segura de sí misma, reflexiva y sensata que representa su obra.


Van Gogh, que murió pobre e incomprendido es hoy máximo exponente de la creación del arte moderno y uno de los iconos de Amsterdam, una ciudad cuya personalidad desde hace tiempo se ha vuelto políticamente correcta. La misma corrección con la que se observan hoy sus obras a pesar de que con ellas quiso hacer tambalear los cimientos de la sociedad a la que pertenecía y que lo acabó (auto)destruyendo. Un hecho considerado en nuestros días como una simple anécdota.

¿Qué soy yo a los ojos de la mayoría de la gente? ¿Un don nadie? ¿Un excéntrico? ¿Una persona desagradable?

Alguien que ni tiene ni tendrá una posición en la sociedad. En resumen, lo más bajo.

Bueno, aunque esto fuera absolutamente cierto, algún día este don nadie quiere mostrar a la sociedad lo que tiene en su corazón.

Trigal con cuervos

lunes, 23 de septiembre de 2013

Norte de la India


La cotidianidad de lo exótico

El viaje comienza cuando empiezas a soñarlo. Fotos, documentales, relatos, experiencias de personas que han viajado a ese mismo lugar, algunos libros... son cosas que te ayudan a hacerlo.
A pesar de todo eso si el destino es la India, por muy preparado que creas que vas, siempre acabará sorprendiéndote. Y mucho. Además este país tiene la capacidad de hacerlo cuando menos te lo esperas, y no necesariamente para bien. India es un lugar al que mostrarle indiferencia es prácticamente imposible.

La locura y la cordura, llevadas al extremo, se rozan a menudo y saltan chispas. El yin y el yang en estado puro: un país que adora a ciertos animales -a pesar de que esclaviza y mata a otros- y desprecia a menudo a las personas. Un país capaz de parir, alimentar y ensalzar a una figura como Gandhi (llena de luces y sombras), del mismo modo que acaba por asesinarlo, por completo y para siempre. Solo algún monumento, la estamba de su rostro en los billetes y alguna referencia en un museo, es todo lo que hemos encontrado de la supuesta filosofía y política que predicó y ayudó a liberar a la India. ¿La India liberada, de quién, de qué? Una pergunta que a lo largo del recorrido, nos viene a menudo a la cabeza.

Sin embargo, y a pesar de todo ello, en ciertos rincones, en ciertos momentos, la India te atrapa. Y quizás porque no has nacido allí ni vives allí, te dejas embaucar fácilmente y con gusto. Su magnetismo sibilino permanece agazapado en el interior de un templo cuyos rezos llegan a tus oídos como cantos de sirena, acompañados del dulce frescor de sus paredes de mármol añejo talladas a conciencia; o puede que te sorprenda a orillas del Ganges, entre el tañido de la perezosa intermitencia de una pequeña campana y el olor del verde de la pradera del Himalaya. Sea donde sea que ese magnetismo comience a ejercer su atracción sobre ti, déjate llevar. No pienses, no preguntes. Sólo siente. Intuye. Te ayudará a comprender mejor esta compleja, perpleja, loca e interesante, en muchas de sus vertientes, cultura.

La espectacularidad de sus monumentos la encontraras en las ciudades más caóticas, entre suciedad, extrema pobreza y una incesante crispación, debido fundamentalmente al tráfico, que por momentos se hace insoportable. Alejarte de las ciudades, te acerca a la humanización de la India. En las zonas rurales la vida para quien la puede desarrollar en ese entorno, se torna más amable. Eso es lo auténticamente divino: la naturaleza que llena de compasión edulcora el día a día de quienes tienen el privilegio (que son la minoría) de poder vivirlo junto a ella. Ahí es donde se encuentra la auténtica paz.

Las religiones fuente de conflictos a lo largo de la historia de la humanidad, aún hoy, confluyen en India como el Ganges lo hace en su desembocadura: de forma natural. Una multiplicidad de credos, con sus matices internos, se respetan (normalmente). El hinduismo -por hablar de la más extendida- no posee fundador, ya que no es una religión sino varias religiones diferentes, a las que erróneamente se les aplica el mismo nombre. Es un conjunto de creencias metafísicas, religiosas, cultos, costumbres y rituales que conforman una tradición, en la que no existen ni órdenes sacerdotales que establezcan un dogma único, ni una organización central. Dentro del hinduismo como cultura existe el teísmo, el deísmo, el politeísmo, el panteísmo, el agnosticismo y el ateísmo. El hinduismo está estructurado por varias religiones que son tan diversas como contrarias en sus formas, esto lo convierte en un credo respetuoso que acostumbra a sumar, no a dividir. Lo notarás en lo bien que se acoge a los curiosos viajeros que se acercan a observar los rituales, tanto dentro como fuera de sus templos, y en lo fácil que resulta participar en ellos.

Para tratar de empezar a ser nosotros mismos el cambio que queremos ver en el mundo, al visitar la India hazlo con la mente abierta y los sentidos (sobre todo el gusto, el olfato, el oído y la vista) dispuestos a ser acariciados con delicadeza y abofeteados con furia. Trata de no juzgar, sin antes saber, comprender... por difícil que resulte a veces. Y al volver: reflexiona.





Contemplando el atardecer frente al Jal Mahal. Jaipur.


Jama Masjid, la mezquita más grande de la India. Delhi.