Un pequeño pueblo pesquero al lado del mar llegó a convertirse en una de las urbes más prósperas de Europa símbolo, aún hoy en el imaginario colectivo, de la tolerancia y la libertad.
La
dependencia a
España con
la colonización de América
le
abrió
nuevas oportunidades como
la de convertirse,
tras Lisboa, en el puerto más importante del mundo. Se especializó
en el comercio de granos y de armamento y fue sede de la reventa de
las especias procedentes de la India.
En
el siglo XVII, su primer Siglo de Oro, se construyó el Ayuntamiento
de la Plaza de Dam y la ciudad se convierte en residencia de
intelectuales y artistas como Rembrandt, Spinoza o Descartes que,
huyendo de las guerras que asolaban Europa, buscaron refugio, algo
que Amsterdam supo ofrecer y aprovechar en pos de la construcción de
la capital cultural en la que se convertiría.
Tampoco
desaprovechó la llegada de judíos expulsados de España y de otras
zonas, y con ellos, su riqueza que convirtieron a Amsterdam en el
centro internacional de piedras y metales preciosos.
El
transporte de esclavos de África a América, tras la creación en
1664 de la Compañía de las Indias Occidentales, y su banca le
proporcionó nueva riqueza que permitió su Segundo Siglo de Oro de
la mano de la revolución industrial, que en el siglo XIX propició
la transformación de su urbanismo considerablemente: nuevos museos,
la Estación Central, el Concertgebouw y la apertura de nuevos
canales que hoy recorren más de 100 kilómetros con unos 1.500
puentes que los cruzan.
Durante
la Segunda Guerra Mundial, al no poderse mantener “neutral” como
sí lo hizo en la Primera, Amsterdam vivirá una de sus páginas más
negras debido a la invasión nazi: 100.000 judíos fueron deportados
a los campos de exterminio. Una de las víctimas fue la celebre Ana
Frank, de la que en la ciudad todavía se conserva la casa -hoy un
museo- donde la joven dejó constancia en su diario de las penurias
sufridas por la intolerancia nazi.
Pese
a ese pasado de explotación e injusticia que hizo posible su
presente prosperidad, sería ingrato no reconocerle a Amsterdam ser
cuna de la generación que creo la base de la conciencia de la Europa
de la posguerra, antes del mayo del 68 en París o el movimiento
estudiantil alemán o italiano.
El
movimiento Provo (provocador), considerado por muchos sociólogos
como el precursor
del
movimiento juvenil contra toda estructura de poder, se
anticipó en denunciar la irracionalidad de la política económica
de la Europa central y los peligros que entraña la sociedad del
bienestar, sobre todo y especialmente (teniendo en cuenta el contexto
de los años 60), para los países en vías de desarrollo.
Los
anarquistas provo militaron a favor del
ecologismo en Europa,
consiguiendo
poner
el dedo en la llaga contra la irracional destrucción de recursos
naturales de nuestro planeta. Una de sus primeras consignas, que
ha
perdurado
a lo largo del tiempo, fue la implantación de la bicicleta como
medio de transporte.
La
vida del movimiento Provo fue efímera, apenas 3 años, pero abrirá
las puertas en Amsterdam a ideologías que concebirán nuevas formas
de actuación social, como las aportadas por el movimiento hippie y
el Squatters (okupa).
De
la Amsterdam que un día fue refugio de hippies poco queda debido a
la transformación que está sufriendo la ciudad desde hace décadas
hacia un gran centro de negocios cosmopolita. Pese a ello, la
cultura del pensamiento libre y la vida colectiva sigue estando
presente, y no por los locales en los que te permiten de forma legal
consumir ciertas sustancias tóxicas, ni tampoco por permitir la
exhibición de mujeres prostituidas (en su gran mayoría extranjeras
procedentes de países menos desarrollados) expuestas en escaparates
para el consumo del hombre occidental, ya que esto está reservado
casi exclusivamente para el reclamo turismo; sino en la conservación
de viejas iglesias trasformadas en centros culturales públicos o
salas de conciertos, la conciencia política, también en los jóvenes
actuales, y en los índices de lectura...
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