lunes, 7 de julio de 2014


En la Amsterdan de hoy no se recibe tan bien a la juventud con ideas revolucionarias como a los jóvenes con capacidad de consumo que puedan vestirse con ropa vintage y comer y beber productos biológicos en establecimientos deliciosamente decorados a orillas de un canal. Muy atractivo a los sentidos, pero poco recomendable, en la mayor parte de los casos, para los bolsillos de quienes quedan fuera del acceso a ese mercado, el mismo que también acapara el arte.

Gran parte de la obra de uno de los pintores holandeses más ilustres vive presa entre las paredes del museo más visitado de la ciudad a 15 euros la entrada, pese a nacer con la intención de ser libre. Una paradoja, como la vida del propio Van Gogh comparada con su creación: de personalidad abrupta, inestable, delirante... frente a la madurez rupturista, segura de sí misma, reflexiva y sensata que representa su obra.


Van Gogh, que murió pobre e incomprendido es hoy máximo exponente de la creación del arte moderno y uno de los iconos de Amsterdam, una ciudad cuya personalidad desde hace tiempo se ha vuelto políticamente correcta. La misma corrección con la que se observan hoy sus obras a pesar de que con ellas quiso hacer tambalear los cimientos de la sociedad a la que pertenecía y que lo acabó (auto)destruyendo. Un hecho considerado en nuestros días como una simple anécdota.

¿Qué soy yo a los ojos de la mayoría de la gente? ¿Un don nadie? ¿Un excéntrico? ¿Una persona desagradable?

Alguien que ni tiene ni tendrá una posición en la sociedad. En resumen, lo más bajo.

Bueno, aunque esto fuera absolutamente cierto, algún día este don nadie quiere mostrar a la sociedad lo que tiene en su corazón.

Trigal con cuervos

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